Tiempos de carne y hueso


De dudas concibo tanto
como de pequeños placeres,
siempre aferrada cual clavo a un tiempo
que arde entre sangre y mieles.

Crecí de los juncos del río,
armé pronto el corazón
y lo cubrí de afilados espinos,
y de viento, y de sol.

Pero no hallé paz en la niebla,
ni libertad en el horizonte,
ni sombras bajo las copas
del abeto, el sauce y el roble.

Solo gritos, mil gritos mudos,
encrucijados y ciegos,
tramando fútiles trucos
de cercenados deseos.

No hay peaje más incondicional,
aunque resulte maleable a veces,
que el regalo de la edad
a medida que la padeces.

Los pasos se quedan en la arena
a la deriva de lo que el mar ordene,
como si no fuéramos más que espuma
que calla, va y viene.

Serán todos estos recuerdos
toscos pesos de constante carga,
traicioneros en su momento,
de común conclusión amarga.

No hay al final rumbo absurdo
ni sobria resistencia al presente,
digas lo que digas, lo justo,
es que lo hagas consciente.

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